JoséRosario
Escobar Maroa
Segundo lugar en el concurso regional de cuentos “Padre Ramón Iribertegui 2023
Por Nelson Ventura. CNP 26471 Puerto Ayacucho 15 Febrero 2024
A continuación publicamos el texto del cuento “Ayacucho Ciudad de Leyendas” de José Rosario Escobar Maroa que obtuvo el segundo lugar en el Concurso Regional de Cuentos Padre Ramón Iribertegui” en diciembre pasado
AYACUCHO: CIUDAD DE LEYENDA
A las 6 am había terminado de comer un morocoto asado del día anterior, relleno con cabeza de gallo, pero sin calentarlo. Se le ocurrió pensar: De tantos pescados que he comido en mi crianza, gusto y sabor se juntaron en este morocoto. Ahora iré por un baño a la playa de Bagre.
Llegó al lugar y encontró a una hermosa joven dentro de río, bañándose. Ella le dirigió la palabra en vos alta:
– Qué alegría compartir con Cuina esta rica agua azul –invita la joven.
– Supieras lo feliz que me siento con tener tan suprema compañía – le contestó Cuina, que así se llamaba el hombre.
Dicho esto, se lanzó al río… y no salió más.
La bella joven era un espíritu del agua, convertida en mujer y, se lo llevó, encantado, por comer pescado frío, sin calentarlo.
A este tipo de personas, el espíritu del agua o máguari los ves tentadores, apetecibles, olorosos y deseables.
Cuina entrevé, desde la profundad del río, el Cerro Perico como si fuera una inmensa sombrilla, iluminada con luces infrarrojas, razón por la cual el cerro aparece rojizo, sostenido por una enorme mano humana.
El recién atrapado bañista sigue deleitándose con las explicaciones que le imparte la guía acuática llamada Cuyupina.
– En nuestro mundo todo es pura alegría, respeto y mucha obediencia, le notifica Cuyupina.
– Esa música que se oye es muy contagiosa y estremece el ambiente. Veo en la distancia muchas brumas –comenta Cuina.
– Lo que ves –corrige Cuyupina– no son brumas: son papelillos blancos. Allá en tu mundo le dicen lloviznas de raudal. Ahora iremos al palacio de Panumana. Nos esperan con vítores, y me felicitarán por llevarte.
Pasan por el muelle de Puerto Ayacucho.
–También ustedes tienen barcos –observa Cuina–. Lo que ven mis ojos es impresionante: ¡Que flota tan enorme… y parecen barcos de guerra; tienen una rastreadora muy grande!
–Tú lo ves todo a tu manera – contesta sonriendo Cuyupina–. En tu mundo ese es el muelle de tu ciudad. Pero para nosotros es una flota de guerra. Tenemos un poder bélico. Nunca se utilizará, porque nuestro gran poder es el encantamiento. Es un arma letal para ustedes los terrestres de ambiente seco. Nosotros los acuáticos somos totalmente diferentes. En el Puerto de Caramacatal, en el Barrio Loco, que está antes de esta nave, hay lanchas rápidas. Las responsabilidades de todo este equipo recaen sobre el comandante Curupira. Nosotros, los Espíritus del Agua, somos muy veloces. Pronto llegaremos al Palacio de Panumana. Nos espera una grandiosa fiesta. Habrá mucha comida, te pondrán a disposición hermosas anfitrionas. Pero, te advierto: si comes de lo que te ofrecen, te quedarás con nosotros para siempre; si no comes, podrás regresar con tu familia. Ellos ya saben que estás encantado.
– ¿Aceptas que te llames Pina? –preguntó Cuina, entrando en confianza.
– ¡Claro que sí! – contestó complaciente Pina.
– Pina, ¿qué son esos paraguas tan enredados? Tienen forma de embudos invertidos.
– Lo que has visto no son paraguas. Esos son “radares” o raudales que tenemos para nuestra defensa y seguridad. Ustedes los llaman remolinos. En el palacio hay más de mil hombres que han caído en esos radares.
Llegaron al palacio e inició la ceremonia de bienvenida, con mucha pomposidad, aunque con una sobria etiqueta.
El Jefe Espiritual Superior, un anciano de 150 años, los recibió con un canto:
– “Curupiducía! ¡Curupiducía! ¡ Cananá culebra! ¡Cananá culebra! ¡Arranca tu rabo! ¡Arranca tu rabo! ¡No vuelvas a comer pescado frío!
La fiesta duró tres días, Cuina vivió momentos inolvidables. Recorrió una ciudad bellísima, bajo el agua.
Después del fastuoso acto, el Jefe Espiritual ordenó su liberación por los constantes rezos de los familiares. Lo dejaron en la Isla de Cachama, para que siempre recordara No comer morocoto frío, sin calentar.
Escobar Maroa
Segundo lugar en el concurso regional de cuentos “Padre Ramón Iribertegui 2023
Por Nelson Ventura. CNP 26471 Puerto Ayacucho 15 Febrero 2024
A continuación publicamos el texto del cuento “Ayacucho Ciudad de Leyendas” de José Rosario Escobar Maroa que obtuvo el segundo lugar en el Concurso Regional de Cuentos Padre Ramón Iribertegui” en diciembre pasado
AYACUCHO: CIUDAD DE LEYENDA
A las 6 am había terminado de comer un morocoto asado del día anterior, relleno con cabeza de gallo, pero sin calentarlo. Se le ocurrió pensar: De tantos pescados que he comido en mi crianza, gusto y sabor se juntaron en este morocoto. Ahora iré por un baño a la playa de Bagre.
Llegó al lugar y encontró a una hermosa joven dentro de río, bañándose. Ella le dirigió la palabra en vos alta:
– Qué alegría compartir con Cuina esta rica agua azul –invita la joven.
– Supieras lo feliz que me siento con tener tan suprema compañía – le contestó Cuina, que así se llamaba el hombre.
Dicho esto, se lanzó al río… y no salió más.
La bella joven era un espíritu del agua, convertida en mujer y, se lo llevó, encantado, por comer pescado frío, sin calentarlo.
A este tipo de personas, el espíritu del agua o máguari los ves tentadores, apetecibles, olorosos y deseables.
Cuina entrevé, desde la profundad del río, el Cerro Perico como si fuera una inmensa sombrilla, iluminada con luces infrarrojas, razón por la cual el cerro aparece rojizo, sostenido por una enorme mano humana.
El recién atrapado bañista sigue deleitándose con las explicaciones que le imparte la guía acuática llamada Cuyupina.
– En nuestro mundo todo es pura alegría, respeto y mucha obediencia, le notifica Cuyupina.
– Esa música que se oye es muy contagiosa y estremece el ambiente. Veo en la distancia muchas brumas –comenta Cuina.
– Lo que ves –corrige Cuyupina– no son brumas: son papelillos blancos. Allá en tu mundo le dicen lloviznas de raudal. Ahora iremos al palacio de Panumana. Nos esperan con vítores, y me felicitarán por llevarte.
Pasan por el muelle de Puerto Ayacucho.
–También ustedes tienen barcos –observa Cuina–. Lo que ven mis ojos es impresionante: ¡Que flota tan enorme… y parecen barcos de guerra; tienen una rastreadora muy grande!
–Tú lo ves todo a tu manera – contesta sonriendo Cuyupina–. En tu mundo ese es el muelle de tu ciudad. Pero para nosotros es una flota de guerra. Tenemos un poder bélico. Nunca se utilizará, porque nuestro gran poder es el encantamiento. Es un arma letal para ustedes los terrestres de ambiente seco. Nosotros los acuáticos somos totalmente diferentes. En el Puerto de Caramacatal, en el Barrio Loco, que está antes de esta nave, hay lanchas rápidas. Las responsabilidades de todo este equipo recaen sobre el comandante Curupira. Nosotros, los Espíritus del Agua, somos muy veloces. Pronto llegaremos al Palacio de Panumana. Nos espera una grandiosa fiesta. Habrá mucha comida, te pondrán a disposición hermosas anfitrionas. Pero, te advierto: si comes de lo que te ofrecen, te quedarás con nosotros para siempre; si no comes, podrás regresar con tu familia. Ellos ya saben que estás encantado.
– ¿Aceptas que te llames Pina? –preguntó Cuina, entrando en confianza.
– ¡Claro que sí! – contestó complaciente Pina.
– Pina, ¿qué son esos paraguas tan enredados? Tienen forma de embudos invertidos.
– Lo que has visto no son paraguas. Esos son “radares” o raudales que tenemos para nuestra defensa y seguridad. Ustedes los llaman remolinos. En el palacio hay más de mil hombres que han caído en esos radares.
Llegaron al palacio e inició la ceremonia de bienvenida, con mucha pomposidad, aunque con una sobria etiqueta.
El Jefe Espiritual Superior, un anciano de 150 años, los recibió con un canto:
– “Curupiducía! ¡Curupiducía! ¡ Cananá culebra! ¡Cananá culebra! ¡Arranca tu rabo! ¡Arranca tu rabo! ¡No vuelvas a comer pescado frío!
La fiesta duró tres días, Cuina vivió momentos inolvidables. Recorrió una ciudad bellísima, bajo el agua.
Después del fastuoso acto, el Jefe Espiritual ordenó su liberación por los constantes rezos de los familiares. Lo dejaron en la Isla de Cachama, para que siempre recordara No comer morocoto frío, sin calentar.