Las olas golpeaban las playas, creando espumas que saltaban sobre las rocas en busca de aire. Desde la orilla, un estruendo se acercaba por el mar, un rugido profundo que llenaba el horizonte sin revelar su origen. Las aves se dispersaron en vuelo, dejando un silencio abrumador y un vacío inexplicable.
De repente, me encontré a bordo de una nave que navegaba suavemente sobre el mar. Era como un enorme centro comercial flotante, donde personas de diferentes países convivían en armonía. Aunque hablaban idiomas desconocidos, parecían entenderse sin problemas. La nave partió sin que notáramos su movimiento desde adentro.
Un pasillo iluminado, como una calle de Navidad, se extendía frente a mí, mostrando una variedad asombrosa de productos. Las personas ingresaban a las tiendas y tomaban lo que deseaban, sin que se viera ningún pago. Sin embargo, una inquietud surgió en mi interior al darme cuenta de que el viaje no tenía fin. Pensé en las personas queridas que se quedaron en la orilla y una alarma sonó en mi mente.
Pero a medida que la orilla se desvanecía en la distancia, una extraña calma se apoderó de mí por aquellos que había dejado atrás. Las situaciones dentro de la nave comenzaron a captar mi atención más que las cosas que abandoné en la orilla. Desde lejos, divisé a familiares fallecidos, radiantes y en paz. Sin embargo, estaban en otro carril, inalcanzables. Eso me reconfortó.
Mi curiosidad me llevó a explorar el lugar en el que me encontraba. A pesar de los diferentes idiomas, las personas parecían entenderse fácilmente y las relaciones se formaban sin esfuerzo. Un rincón en particular llamó mi atención: una colección interminable de helados de cono de sabores exóticos. Tomé uno de chocolate con una fruta única del Pacífico Sur, experimentando un sabor nunca antes probado. Lo mejor de todo, no tuve que pagar por ello. La orilla se alejaba cada vez más.
De repente, una sensación interior me hizo cuestionar mi realidad. ¿Estaba soñando? ¿Podría despertar si así lo deseaba? Sin embargo, la felicidad que experimentaba en ese momento era tan intensa que no quería regresar. En verdad, había dejado atrás la vida conocida. Me dejé llevar por la calma y la plenitud de ese viaje sin fin, donde las barreras del lenguaje se desvanecían y los sueños se hacían realidad. Había muerto.
Por Por Ricardo López